Un hombre de avanzada edad vino a la clínica donde trabajo, para hacerse curar una herida en la mano. Él tenía prisa, y mientras lo curaba, le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer.
Me respondió que debía ir a una residencia de ancianos, a desayunar con su mujer, quien vivía ahí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado.
Mientras vendaba la herida, le pregunté si ella se alarmaría si él llegara tarde esa mañana. “No”, me contestó. “Ya no sabe quién soy; hace ya casi cinco años que no me reconoce”.
Entonces le cuestioné extrañada: “y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?”.
Me sonrió y me dijo: “ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella”.
Un hombre de avanzada edad vino a la clínica donde trabajo, para hacerse curar una herida en la mano. Él tenía prisa, y mientras lo curaba, le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer.
Me respondió que debía ir a una residencia de ancianos, a desayunar con su mujer, quien vivía ahí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado.
Mientras vendaba la herida, le pregunté si ella se alarmaría si él llegara tarde esa mañana. “No”, me contestó. “Ya no sabe quién soy; hace ya casi cinco años que no me reconoce”.
Entonces le cuestioné extrañada: “y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?”.
Me sonrió y me dijo: “ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella”.